jueves, 22 de mayo de 2008

Ultimo Discurso

Santiago de Chile,11 de septiembre de 1973
7:55 A.M.
Radio Corporación

Habla el Presidente de la República desde el Palacio de La Moneda.
Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo que significa un levantamiento contra el Gobierno, del Gobierno legítimamente constituido, del Gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano.
En estas circunstancias, llamo a todos los trabajadores.
Que ocupen sus puestos de trabajo, que concurran a sus fábricas, que mantengan la calma y serenidad.
Hasta este momento en Santiago no se ha producido ningún movimiento extraordinario de tropas y, según me ha informado el jefe de la Guarnición, Santiago estaría acuartelado y normal.
En todo caso yo estoy aquí, en el Palacio de Gobierno, y me quedaré aquí defendiendo al Gobierno que represento por voluntad del pueblo.
Lo que deseo, esencialmente, es que los trabajadores estén atentos, vigilantes y que eviten provocaciones. Como primera etapa tenemos que ver la respuesta, que espero sea positiva, de los soldados de la Patria, que han jurado defender el régimen establecido que es la expresión de la voluntad ciudadana, y que cumplirán con la doctrina que prestigió a Chile y le prestigia el profesionalismo de las Fuerzas Armadas.
En estas circunstancias, tengo la certeza de que los soldados sabrán cumplir con su obligación. De todas maneras, el pueblo y los trabajadores, fundamentalmente, deben estar movilizados activamente, pero en sus sitios de trabajo, escuchando el llamado que pueda hacerle y las instrucciones que les dé el compañero presidente de la República.
Trabajadores de Chile:
Les habla el presidente de la República. Las noticias que tenemos hasta estos instantes nos revelan la existencia de una insurrección de la Marina en la Provincia de Valparaíso.
He ordenado que las tropas del Ejército se dirijan a Valparaíso para sofocar este intento golpista. Deben esperar la instrucciones que emanan de la Presidencia.
Tengan la seguridad de que el Presidente permanecerá en el Palacio de La Moneda defendiendo el Gobierno de los Trabajadores. Tengan la certeza que haré respetar la voluntad del pueblo que me entregara el mando de la nación hasta el 4 de Noviembre de 1976.
Deben permanecer atentos en sus sitios de trabajo a la espera de mis informaciones. Las fuerzas leales respetando el juramento hecho a las autoridades, junto a los trabajadores organizados, aplastarán el golpe fascista que amenaza a la Patria.
Compañeros que me escuchan:
La situación es crítica, hacemos frente a un golpe de Estado en que participan la mayoría de las Fuerzas Armadas. En esta hora aciaga quiero recordarles algunas de mis palabras dichas el año 1971, se las digo con calma, con absoluta tranquilidad, yo no tengo pasta de apóstol ni de mesías.
No tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado.
Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile; sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás.
Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado.
No tengo otra alternativa.
Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo.
Si me asesinan, el pueblo seguirá su ruta, seguirá el camino con la diferencia quizás que las cosas serán mucho más duras, mucho más violentas, porque será una lección objetiva muy clara para las masas de que esta gente no se detiene ante nada.
Yo tenía contabilizada esta posibilidad, no la ofrezco ni la facilito. El proceso social no va a desaparecer porque desaparece un dirigente. Podrá demorarse, podrá prolongarse, pero a la postre no podrá detenerse. Compañeros, permanezcan atentos a las informaciones en sus sitios de trabajo, que el compañero Presidente no abandonará a su pueblo ni su sitio de trabajo. Permaneceré aquí en La Moneda inclusive a costa de mi propia vida.

9:03 A.M.
Radio Magallanes

En estos momentos pasan los aviones.
Es posible que nos acribillen.
Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen. Yo lo haré por mandato del pueblo y por mandato conciente de un Presidente que tiene la dignidad del cargo entregado por su pueblo en elecciones libres y democráticas.
En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la Patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen.
Esta es una etapa que será superada.
Este es un momento duro y difícil: es posible que nos aplasten.
Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores.
La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor.
Pagaré con mi vida la defensa de los principios que son caros a esta Patria.
Caerá un baldón sobre aquellos que han vulnerado sus compromisos, faltando a su palabra... rota la doctrina de las Fuerzas Armadas.
El pueblo debe estar alerta y vigilante. No debe dejarse provocar, ni debe dejarse masacrar, pero también debe defender sus conquistas. Debe defender el derecho a construir con su esfuerzo una vida digna y mejor.

Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes.
La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Postales y Radio Corporación.
Mis palabras no tienen amargura sino decepción
Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que también se ha autodenominado Director General de carabineros.
Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar!
Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo.
Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente.
Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza.
La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo.
En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios. Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños.
Me dirijo a los profesionales de la Patria, a los profesionales patriotas que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clases para defender también las ventajas de una sociedad capitalista de unos pocos.
Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha.
Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder.
Estaban comprometidos.
La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo.
Siempre estaré junto a ustedes.
Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse.
El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino.
Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse.
Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile!
¡Viva el pueblo!
¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

Historia

sábado, 17 de mayo de 2008

Allende: "Si quedo herido, pégame un tiro"


El médico Danilo Bartulín, que vivió los últimos momentos del presidente, reconstruye el asalto golpista a La Moneda .



El palacio de la Moneda ardía por los cuatro costados después del intenso bombardeo golpista y los milicos insurrectos ya asomaban sus fusiles por las esquinas de la calle Morande, convencidos de que ese día, 11 de septiembre del año 1973, habrían de detener al vendepatrias comunista atrincherado en el edificio bajo asedio. En uno de los salones, el presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, disparando con la metralleta regalada por Fidel Castro, pidió un último favor a Danilo Bartulín: "Tú has sido mi mejor y más leal amigo. Si quedo herido, pégame un tiro". "Usted es el último que debe morir aquí. Antes moriremos nosotros", le respondió Bartulín.

La traición se había adueñado de la marina en Valparaíso y después de los cuartos de banderas de todo el país. La escuadrilla que atacaba la sede del Gobierno en Santiago efectuó 14 pasadas sobre el edificio donde resistían el presidente y 32 fieles, y las 28 bombas lanzadas por los cazas redujeron a escombros parte de sus instalaciones, y las esperanzas de los combatientes.
Las tropas encargadas de expugnar el edificio obedecían al general Augusto Pinochet, que había sido nombrado jefe del ejército por sus méritos en la represión del golpe del 29 de julio contra el Gobierno socialista de la Unidad Popular.
Hacia las diez de la mañana del 11 de septiembre, un edecán militar comunicó que Pinochet estaba dispuesto a enviar un vehículo para trasladar al presidente ante su presencia.
Danilo Bartulín, entonces con 33 años -médico personal de Allende, su confidente político y amigo del alma, miembro de la dirección del Grupo de Amigos Personales (GAP)-, recuerda la contestación del hombre que perdería la vida sin haber renunciado a la Presidencia. "Dile esto: que un presidente digno recibe en la Presidencia; si quiere parlamentar, que venga él aquí".
Nunca pudo hablar con Pinochet, ni con el generalato alzado contra su Administración.

"Allende, con el casco puesto, estaba tranquilo, muy sereno, pero decepcionado. Los edecanes militares de La Moneda le dijeron: 'Mire, todas las Fuerzas Armadas están en el golpe, así que renuncie'.
Él les responde: 'Ustedes pónganse a disposición de sus mandos, que yo me quedaré aquí como presidente'. Poco antes transmitiría por Radio Magallanes el discurso de la despedida; el pliego de cargos contra la deslealtad castrense, las ambiciones de la oligarquía nacional y su sometimiento a Washington: '¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo (...). Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor".
Allende murió sin saber si su voz había sido escuchada. El bombardeo se anunció para las once y comenzó diez minutos antes del mediodía. "La primera bomba me tiró al piso [suelo] y los cristales me hicieron un corte en la mano", dice Bartulín.
¿Por qué el golpe? "Quizá el proceso de reformas fue demasiado rápido", afirma el médico de Allende, que salvó la vida milagrosamente después de año y medio de detención y salvajes torturas. El exilio le llevó a México 10 años y otros 20 a Cuba, dedicado al comercio exterior.
Salvador Allende había ganado las elecciones de 1970, en coalición con los comunistas y otros partidos menores, y durante los primeros 1.000 días de su mandato ejecutó cambios que levantaron ampollas entre el empresariado y la burguesía militar y civil: nacionalizó la banca, estatalizó los sectores claves de la economía y ejecutó una redistribución agraria que en un solo año expropió más de dos millones de hectáreas. Estados Unidos, todavía en guerra fría con la URSS, bajó el pulgar.
Richard Nixon ocupaba la Casa Blanca; Henry Kissinger, el Departamento de Estado, y George Bush, padre, estaba al frente de la CIA. "Imagínese el trío", subraya Bartulín. La ultraizquierda oficialista también presionaba para imponer sus políticas en el precario Gobierno de la Unidad Popular.
Los efectos de la pinza nacional y extranjera, y la complicidad de los sectores de la Democracia Cristiana que supieron de la conspiración cuartelera, fueron fulminantes; también pesó la decisión de Allende de comunicar a Pinochet, en quien confiaba entonces, de su decisión de convocar un plebiscito sobre su mandato.
Los conjurados aceleraron la insurrección para impedirlo. "La mañana del bombardeo, Allende nos reunió a todos en el salón de conferencias y ceremonias de La Moneda. Estábamos unas 60 personas, pero nos quedamos 33.
Nos dijo: "Tiene obligación de quedarse conmigo solamente mi guardia personal y, si quieren, todo aquel que tenga un arma y sepa disparar".
Danilo Bartulín era uno de los jefes de la guardia personal.
Usaba pistola. Aquel día llevaba dos. Los helicópteros ya ametrallaban el pétreo palacio neoclásico inaugurado dos siglos atras. "Allende dice: 'Vamos a buscar los sitios de defensa: los balcones, las ventanas, donde se pueda disparar". Bartulín se despidió por teléfono de sus tres hijos, de diez, nueve y ocho años. "Papá, ¿y la guardia de palacio?, ¿y los generales amigos?". No los había.
El presidente y su colaborador se cobijaron entre dos gruesos muros, cerca de la cocina. "Allende me pide un pedazo de pan. Le doy el pedazo de pan, y como había unos pollos troceados, le dije: 'Doctor, voy a cocinar porque a lo mejor no bombardean nunca'. Lo hicieron pronto.
La escuadrilla de Hawker Hunter bombardeó a placer al filo de las doce y durante media hora. Los dos amigos, que se habían hermanado políticamente desde los años de activismo universitario, se acurrucaron juntos para guarecerse de los impactos y ondas expansivas que derrumbaron paredes y activaron incendios en los cuatro puntos cardinales de la edificación gubernamental.
Los sitiadores lanzaron bombas lacrimógenas, los sitiados se colocaron las máscaras antigás, y la gente con instrucción castrense disparó bazucas y ametralladoras pesadas sobre el escuadrón de blindados desplegado por los accesos de La Moneda.
Bartulín cita al presidente impartiendo órdenes, dispuesto al martirio por la causa: "¡Que todo el mundo dispare. No hay rendición!".
Las bombas no mataron, pero su efecto fue demoledor sobre el ánimo de algunos leales. Doce días antes, el presidente se había reunido con dirigentes de la Democracia Cristiana, en casa del cardenal Raúl Silva, para tratar de evitar el alzamiento.
Salió de la reunión abatido: "Esa gente no quiere nada". Todo indica que los democristianos ambicionaban la presidencia de la república, de manos de los militares, para Eduardo Frei Montalva.
El fiel asesor de Allende, el colaborador al tanto de sus entrevistas, agenda y cavilaciones, tuvo una idea para abortar la asonada: movilizar a la opinión pública internacional.
"Doctor, nos está quedando una única salida.
Usted toma un avión y se va a la Cumbre de Argel [Conferencia del Movimiento de los Países No alineados], y luego se va a Roma y habla con el Papa", le aconsejó Bartulín.
Allende había sopesado esa opción, y, durante una semana, un avión estuvo listo para despegar hacia Argel, pero los partidos no autorizaron el viaje del presidente al extranjero.
"Después del bombardeo llega un momento en que la gente que estaba en La Moneda me pide que hable con el presidente para que se rinda", revela Danilo Bartulín.
El médico Arturo Girón, y Eduardo Paredes, ex jefe de la policía civil, junto con el responsable militar del GAP, conocido como Carlos, piden a Bartulín que convenza a Allende de la inutilidad de la resistencia. La Moneda era una pira, y el agua de las cañerías reventadas por la metralla caía por las escaleras e inundaba los salones y estancias de palacio, sometido a fuego cruzado. No había por dónde disparar, y los militares estaban encima. "Presidente, me hablaron para decirme que perder una batalla no es perder la guerra, y que la situación es insostenible. Allende me dijo que sí, que aceptaba la rendición".
Los médicos atan un delantal blanco a una escoba y lo enseñan por una ventana. No hubo tiempo para más. Los pelotones irrumpen por la puerta del número 80 de la calle Morande. Bartulín es detenido porque se encontraba junto a ese acceso y, boca abajo, es molido a culatazos. Allende se batía en la segunda planta, y el general Javier Palacios fue por él. Afirmó que se había suicidado. "Cualquier versión es defendible, también la del asesinato. No hay testigos presenciales", subraya Bartulín.
El posterior calvario del joven chileno de origen yugoslavo que jugaba al ajedrez con Allende hasta la madrugada, que fue su mensajero en tareas políticas confidenciales y que estuvo a su lado hasta el final, sí tuvo testigos. Durante meses le aplicaron corrientes eléctricas desnudo sobre un jergón, simularon su fusilamiento, le reventaron a golpes y mil veces creyó morir a manos de unos verdugos que disfrutaron supliciándole: "Tenías que haber envenenado al Chicho [Allende]. Serías famoso".
La única notoriedad ambicionada por Danilo Bartulín fue la resultante de su lealtad al legado de Salvador Allende, del que nunca abdicó.



Danilo Bartulín:
"Peor de lo que fue no pudo ser"
Uno de los más directos colaboradores de Allende recuerda el 11 de septiembre de 1973 en Chile


Danilo Bartulín fue médico y amigo personal de Salvador Allende. Su imagen ha pasado a la historia gracias a las últimas fotografías en las que aparecía vivo el presidente chileno, el 11 de septiembre de 1973. A su lado, su estrecho colaborador Danilo Bartulín tuvo que vivir una amarga experiencia que, tras años de silencio, ha rememorado para EL PAÍS. En la actualidad vive en el exilio, después de haber padecido el horror de las cárceles chilenas. Alejado de la actividad política, se mantiene atento al proceso que vive su país y que puede poner fin, dice, a "15 años de pesadilla".
Pregunta. ¿En qué momento fueron ustedes conscientes del significado de aquel 11 de septiembre de 1973?
Respuesta. A las 3.30 de la madrugada estábamos en la residencia presidencial. Teníamos una reunión en la que estudiábamos la posibilidad de un golpe para dentro de unos días. La primera información que llegó es que había un levantamiento parcial de la Marina en Valparaíso. Cuando vimos que la cosa no estaba clara, nos fuimos a La Moneda, a eso de las siete de la mañana. Allende habló por radio a las 7.30 y explicó lo que pasaba. Poco después hablan ya en la radio los militares de la Junta y llega el primer bando de los cuatro generales.
P. En ese momento, ¿se dan cuenta de lo que se avecina?
R. Hasta el final, creímos que había solución. La Junta Militar anunció el bombardeo del palacio de La Moneda para las once. Éramos sólo unos 30, pero no podían acercarse por tierra. Allende pidió una tregua para que salieran los civiles, las mujeres -entre las que estaban dos de sus hijas- y los carabineros que lo desearan. Nos reunió a todos y nos dijo que no se iba a rendir y que sólo tenían la obligación de quedarse con él su guardia personal y todo aquel que tuviera un fusil y supiera disparar. Nosotros teníamos bastantes armas, por eso no pudieron tomar por tierra La Moneda y tuvieron que bombardearla. Las famosas fotos en las que yo aparezco junto a Allende en La Moneda están tomadas antes de que saliera esta última gente. A los fotógrafos les quitaron los carretes, pero se salvó uno.
P. Sin embargo, la resistencia fue inútil.
R. Llega un momento, a las 11.30, en que no tenemos información de nada. Pensábamos que a lo mejor se habían decidido a no hacer el bombardeo. A las 11.55 cae la primera bomba. Cayeron 28 bombas, en 14 pasadas de los aviones. Empezó el incendio. Caía agua. Seguíamos disparando, tal y como ordenaba Allende. Él me envió a ver si a través de un citófono conectado con el exterior podíamos tener noticias. Era muy difícil respirar, porque tiraron bombas lacrimógenas. En ese instante entraron por el Patio de Invierno 30 soldados disparando y golpeando a todos con las culatas. En realidad, fui el primer preso de La Moneda, ya que me cogieron abajo intentando conectar con el exterior. Lo último que recuerdo de Allende es cuando me dijo: "Tú eres mi mejor y más leal amigo. Si yo quedo herido, pégame un tiro".
"Disparó hasta el final"
P. ¿Esa fue la última vez que vio a Allende vivo?
R. En efecto, porque a mí me sacaron al exterior y me tumbaron. Desde el suelo vi que iba saliendo todo el mundo, pero Allende no bajó. Subieron a por él. Según el relato que los mismos militares hicieron con posterioridad, Allende disparó hasta el final, murió con el cargador vacío. Después se propagó la versión de su suicidio. Hay una foto en la que aparece sentado en un sillón en una posición inverosímil. La autopsia reveló doble dirección de los disparos mortales. Es ridículo creer que se pudiera disparar dos veces con un fusil desde tan cerca. Lo prepararon para que pareciera una foto de suicida. La autopsia se hizo en el Hospital Militar. A nadie le dejaron ver el cadáver, aunque algunos médicos dijeron que tenía más de 50 balazos.
P. ¿En ningún momento se barajó la idea de intentar salvar la vida de Allende?
R. En varias ocasiones. Yo consideraba que era mejor Allende vivo que muerto. Teníamos incluso un plan previsto para poder salir con él y encerrarnos en una población popular. Sin embargo, Allende pensaba que La Moneda era el símbolo del poder constitucional y que no se podía ceder. Dudó varias veces en utilizar el operativo, pero no quiso hacerlo. A lo mejor eso hubiera cambiado la historia de Chile. Peor de lo que fue no pudo ser.

domingo, 11 de mayo de 2008

Ya no son los mismos

Una dura prueba es la que están viviendo en estos días quienes por años han enarbolado la bandera de la libertad de prensa y, sin embargo, hoy se aterran con las consecuencias que podría tener la reciente sentencia del Tribunal del Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI) que favoreció a los propietarios del diario Clarín, Víctor Pey y la Fundación Presidente Allende.


Una “prueba de blancura” que obliga a quienes se han quejado de las nefastas consecuencias del duopolio. Sin ir más lejos, la misma Presidenta de la República , quien en una conversación informal sostenida en la antesala de la Unidad de Tratamiento Intensivos del Hospital Clínico de la Universidad Católica , donde agonizaba entonces el político y Premio Nacional de Literatura 2002, Volodia Teitelboim, se quejaba de lo que denominó “el cerco comunicacional”.
Con desazón les comentaba al Presidente del Partido Comunista y al Secretario General de la colectividad, entre otros, la frustración que la embargaba ante la imposibilidad de que las verdaderas obras y adelantos de su gobierno no tuvieran cobertura periodística por parte de La Tercera ni El Mercurio pero sí, en cambio, la recibieran las noticias relativas a escándalos por faltas a la probidad o a hechos delictuales.
Esta periodista le preguntó entonces a la mandataria, por qué era el Estado uno de los principales avisadores de El Mercurio, especialmente, si recibía, a su juicio, un trato tan injusto; que por qué no enviaba una orden a los ministerios para que a través del avisaje dieran preferencia a otros medios de comunicación, que no fueran parte del denominado “duopolio”, por ejemplo a Radio Universidad de Chile, la radio que piensa y que tan caro le ha costado su pensamiento crítico e independiente.
Para sorpresa de los presentes, la Presidenta dijo entonces que ya lo había hecho pero que su orden era desoída. Se produjo entonces, un breve momento de perplejidad y silencio.

La clara manifestación de la voluntad expresada primero por Víctor Pey y luego, por la Fundación Presidente Allende de revivir el mítico diario Clarín, en el caso de contar con los recursos provenientes de un fallo favorable, abre la esperanza de romper este “cerco comunicacional” que tan descorazonada tiene a la Mandataria.
Por cierto que este nuevo medio de comunicación no sería obsecuente a las directrices estatales, menos aún si, como lo manifestara el mismo Pey hace apenas una semana, el Clarín del siglo XXI seguiría, “firme junto al pueblo”, como rezaba bajo el título del tabloide.
Pero quienes están comprometidos verdaderamente con los valores de la democracia no podrían sino estar contentos con la posibilidad de abrir una nueva ventana para que entre aire fresco a través de una prensa independiente, que tan golpeada ha sido por esta Transición que prometía alegría y diversidad de colores, como los del arcoiris, y que nos ha condenado al blanco y negro.

Y es que la palabra es más fuerte que un fusil. Así lo recordaba esta semana la escritora nicaragüense Gioconda Belli en visita a nuestro país, una revolucionaria sandinista que vivió el rigor y las consecuencias de esa lucha en contra de la dictadura de Somoza, y que hoy, tiene a sus libros como bayonetas que se introducen en las mentes de sus lectores con la idea de cambiar el mundo.
El mismo imperativo ético que tenemos los periodistas, de entender, primero y luego cambiar el mundo.


El gobierno anunció que apelará al fallo y que busca sea declarado nulo…Quizás tienen miedo, de qué otra manera comprender la actitud de esos luchadores de entonces y que hoy, ya no son los mismos.