jueves, 11 de septiembre de 2008

Desclasifican nuevas conversaciones entre Nixon y Kissinger para derrocar a Allende

Un registro de conversaciones hasta hoy inéditas entre Richard Nixon y Henry Kissinger para impedir que Allende asumiera el poder en 1970, y otro cuando sólo faltaban semanas para el Golpe de Estado, revela nuevos detalles de cómo ambos se empecinaron en derrocar el gobierno de la Unidad Popular, al punto de decir: El gran problema hoy en día es Chile. Entre las novedades figura la noticia que le da Kissinger a Nixon: Agustín Edwards ha huido y llega aquí el lunes. Me voy a reunir con él el lunes…

Por Peter Kornbluh*

Treinta y cinco años después del Golpe de Estado en Chile, apoyado por Estados Unidos, transcripciones recientemente desclasificadas de las conversaciones del entonces consejero de seguridad nacional de Estados Unidos Henry Kissinger con el director de la CIA Richard Helms, el Secretario de Estado William Rogers y especialmente con el Presidente Richard Nixon, revelan nuevos episodios sobre la trama interna de cómo su administración preparó la desestabilización del primer gobierno socialista elegido democráticamente en el mundo.

Si el 15 de septiembre de 1970, cuando Nixon ordenó a la CIA “evitar que Allende asumiera el poder, o lo derrocara”, era considerado el punto de partida para las operaciones encubiertas de Estados Unidos que contribuyeron al derrocamiento del gobierno de Salvador Allende, estas nuevas revelaciones cambian el mapa de la operación.

Según estas transcripciones, Nixon y Kissinger iniciaron sus planes para revertir los resultados de las elecciones chilenas tres días antes. Al mediodía del 12 de septiembre de 1970, Kissinger llamó a Helms para agendar una reunión urgente del “Comité 40”, un grupo de alto rango que supervisaba las operaciones encubiertas del gobierno de los Estados Unidos. Aproximadamente 35 minutos más tarde, en medio de un informe verbal que se le entregaba a Nixon sobre un secuestro de avión con rehenes en Amman, Jordania, Kissinger le dijo al Presidente: El gran problema hoy en día es Chile.

Esa trascripción revela cómo el Presidente de Estados Unidos concentró su atención en los esfuerzos por impedir el arribo al poder de Allende. En esa llamada, Nixon exigió ver todas las instrucciones que se le enviaban al embajador de EE.UU. en Santiago, Edward Korry. Al punto de ordenar que el Departamento de Estado fuera alertado de que él quería ver todos los cables enviados a Chile.

-Quiero una evaluación sobre las opciones disponibles -le dijo Nixon a Kissinger.

Cuando Kissinger le respondió que la posición del Departamento de Estado era la de permitir que Allende asumiera el poder y entonces ver lo que se podía hacer, Nixon inmediatamente vetó esa idea. ¿Igual como ocurrió con Castro? ¿Cómo ocurrió en Checoslovaquia? La misma gente dijo la misma cosa. No permitas que lo hagan, instruyó el Presidente.

En esa conversación, Kissinger y Nixon también hablaron sobre Agustín Edwards, el empresario y dueño del diario El Mercurio.

-Agustín Edwards ha huido –le informó dramáticamente Kissinger al Presidente-, y llega aquí el lunes. Me voy a reunir con él el lunes para conocer su versión de la situación.

-No queremos que se filtre un gran artículo respecto de que estamos tratando de derrocar al gobierno –respondió Nixon

El Secretario de Estado William Rogers, a quien Nixon y Kissinger en buena parte excluyeron de las deliberaciones sobre Chile, era igualmente sensible a esa posibilidad. La transcripción de su conversación con Kissinger dos días después refleja el nivel de preocupación del Departamento de Estado sobre la posibilidad de que Washington pudiera ser descubierto en su intento de subvertir la democracia electoral en Chile. En su conversación del 14 de septiembre, Rogers predijo con precisión: Sea lo que sea que hagamos, probablemente terminará muy mal. También le sugirió a Kissinger encubrir el rastro documental sobre las operaciones estadounidenses para asegurar que el registro documental no se vea mal.

-Mi sensación -y creo que coincide con la del Presidente- es que debemos incentivar un resultado diferente al de [referencia censurada], pero debemos hacerlo tan discretamente que no nos salga el tiro por la culata –le concedió Rogers a Kissinger.

La conversación continúa:

Kissinger: La única duda es cómo se define “el tiro por la culata”.

Rogers: Que nos descubran haciendo algo. Después de todo lo que hablamos sobre elecciones, si la primera vez que un comunista (sic) gana una elección, Estados Unidos intenta impedir que el proceso constitucional tome su curso, nos vamos a ver muy mal.

Kissinger: El Presidente opina que se debe hacer todo lo posible para evitar que Allende asuma el poder, pero a través de canales chilenos y con un bajo perfil.

El informe de un comité especial del Senado de EE.UU. que a mediados de los ‘70 investigó las operaciones encubiertas de la CIA en Chile, no citó estas transcripciones secretas, a pesar de que son el registro de las primeras conversaciones sustanciales entre Nixon y Kissinger sobre cómo impedir que Allende asumiera el gobierno. En entrevistas con dos miembros de ese comité del Senado que redactaron ese informe -Acciones Encubiertas en Chile,1963-1973-, ninguno recordaba haber visto estos dramáticos documentos, que incluyen una conversación hasta ahora desconocida entre el Presidente Nixon y su Consejero de Seguridad Nacional, Kissinger, respecto de las posibilidades de derrocar a Allende, sólo diez semanas antes del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

La búsqueda de los Telcons

En los días posteriores a la estrecha elección de Salvador Allende como Presidente de Chile el 4 de septiembre de 1970, Henry Kissinger sostuvo una serie de conversaciones telefónicas urgentes sobre “cómo hacerlo” en Chile. No permitiremos que Chile se vaya por el alcantarillado, le dijo Kissinger en una de esas llamadas al director de la CIA, Richard Helms. Estoy contigo, le respondió Helms.

Fue el 15 de septiembre, durante una reunión de 15 minutos en la Casa Blanca a la que asistió Kissinger, cuando el Presidente Nixon instruyó al director de la CIA, Richard Helms, de que la elección de Allende era inaceptable. Fue entonces que ordenó a la agencia actuar con su ya conocida frase hay que hacer gritar a la economía para salvar a Chile, como lo registró Helms en sus apuntes.

La CIA lanzó una campaña masiva de operaciones encubiertas –primero para impedir que Allende asumiera el gobierno, y cuando esa estrategia fracasó, para minar su gobernabilidad. Nuestra principal preocupación en Chile es la posibilidad de que [Allende] se consolide, y que su imagen ante el mundo sea su éxito, dijo Nixon ante su Consejo de Seguridad Nacional el 6 de noviembre de 1970, dos días después de que Allende iniciara su gobierno.

Las transcripciones de estas conversaciones telefónicas, conocidas como telcons, fueron creadas originalmente por Kissinger, quien grababa secretamente las llamadas que hacía y recibía (y luego pedía a su secretaria transcribirlas) mientras estaba en el gobierno. Cuando Kissinger dejó la Casa Blanca en enero de 1977, se llevó más de 30 mil páginas de transcripciones, aduciendo que eran “documentos personales”, y los usó selectivamente para escribir sus memorias.

En 1999, la organización National Security Archive inició acciones legales para obligar a Kissinger a devolver estos registros al gobierno. A solicitud del analista del Archivo, William Burr, los telcons sobre las crisis de política exterior de comienzos de los ‘70, incluyendo cuatro conversaciones desconocidas sobre Chile, fueron desclasificados recientemente por la Biblioteca Presidencial de Nixon.

El “Tanquetazo” hace vibrar a Nixon

Hasta el momento, la desclasificación de los telcons de Kissinger no ha entregado mucha evidencia de conversaciones telefónicas sobre Chile mientras se desarrollaban las operaciones de la CIA para desestabilizar a Allende en los años que siguieron. Pero a las 11 de la mañana del 4 de julio de 1973, la grabadora clandestina de Kissinger captó otra conversación hasta ahora desconocida con el Presidente Nixon. Menos de una semana después de un abortado Golpe de Estado en Santiago –el tanquetazo del 29 de junio-, Nixon llamó a Kissinger desde su casa de veraneo en San Clemente, California, para hablar sobre Allende y las perspectivas de un pronto derrocamiento de su gobierno.

Nixon: Sabes, creo que ese tipo chileno podría tener algunos problemas.

Kissinger: ¡Ah, tiene tremendos problemas! Definitivamente tiene tremendos problemas.

Nixon: Si sólo el Ejército pudiera lograr tener el respaldo de alguna gente.

Kissinger: Y ese golpe la semana pasada, no tuvimos nada que ver con él, pero igual, parece que salió prematuramente.

Nixon: Es cierto, y el hecho de que haya conformado un gabinete sin militares es, pienso yo, muy significativo.

Kissinger: Es muy significativo.

Nixon: Muy significativo porque esos tipos militares allá son bien orgullosos y tal vez ellos… ¿Cierto?

Kissinger: Sí, pienso que él está definitivamente en problemas.

Sólo diez semanas más tarde, los militares efectivamente derrocaron a Allende en un sangriento Golpe de Estado. El 15 de septiembre de 1973, Nixon llamó a Kissinger nuevamente. Se lamentaron sobre lo que Kissinger calificó como los diarios llorones y la sucia hipocresía de la prensa por concentrarse en la represión de los militares chilenos y las condenas al rol jugado por Estados Unidos. En este telcon, que fue desclasificado en mayo de 2004, Nixon señala:

-Nuestra mano se mantiene oculta en esto.

Y Kissinger replica: No lo hicimos nosotros… Quiero decir, les ayudamos. [Censurado] creó las máximas condiciones posibles… En la era de Eisenhower, seríamos considerados héroes.

jueves, 4 de septiembre de 2008

DISCURSO DE LA VICTORIA

Noche del 4 de septiembre de 1970

Con profunda emoción les hablo desde esta improvisada tribuna por medio de estos deficientes amplificadores.
¡Qué significativa es -más que las palabras- la presencia del pueblo de Santiago que, interpretando a la inmensa mayoría de los chilenos, se congrega para reafirmar la victoria que alcanzamos limpiamente el día de hoy, victoria que abre un camino nuevo para la patria, y cuyo principal actor es el pueblo de Chile aquí congregado!
¡Qué extraordinariamente significativo es que pueda yo dirigirme al pueblo de Chile y al pueblo de Santiago desde la Federación de Estudiantes!
Esto posee un valor y un significado muy altos.
Nunca un candidato triunfante por la voluntad y el sacrificio del pueblo usó una tribuna que tuviera mayor trascendencia, porque todos lo sabemos: la juventud de la patria fue vanguardia en esta gran batalla, que no fue la lucha de un hombre, sino la lucha de un pueblo; ella es la victoria de Chile alcanzada limpiamente esta tarde.
Yo les pido a ustedes que comprendan que soy tan solo un hombre, con todas las flaquezas y debilidades que tiene un hombre; y si pude soportar -porque cumplía una tarea- la derrota de ayer, hoy sin soberbia y sin espíritu de venganza, acepto este triunfo que nada tiene de personal y que se lo debo a radicales, socialistas, comunistas, socialdemócratas, a gentes del MAPU y del API, y a miles de independientes.
Se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria; se lo debo a la humilde mujer de nuestra tierra. Le debo este triunfo al pueblo de Chile, que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre.
La victoria alcanzada por ustedes tiene una honda significación nacional. Desde aquí declaro, solemnemente, que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que hemos contraído de convertir en realidad el programa de la Unidad Popular.
Lo dije: No tenemos ni podríamos tener ningún propósito pequeño de venganza. Sería disminuir la victoria alcanzada. Pero, si no tenemos un propósito pequeño de venganza, tampoco, de ninguna manera, vamos a claudicar, a comerciar el programa de la Unidad Popular, que fue la bandera del primer gobierno auténticamente democrático, popular, nacional y revolucionario de la historia de Chile.
Dije, y debo repetirlo:
Si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria.
Pero yo sé que ustedes, que hicieron posible que el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad histórica de realizar lo que Chile anhela para convertir a nuestra patria en un país señero en el progreso, en la justicia social, en los derechos de cada hombre, de cada mujer, de cada joven de nuestra tierra.
Hemos triunfado para derrotar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo.
Por eso, esta noche, que pertenece a la historia, en este momento de júbilo, yo expreso mi emocionante reconocimiento a los hombres y mujeres, a los militantes de los partidos populares e integrantes de las fuerzas sociales que hicieron posible esta victoria que tiene proyecciones más allá de las fronteras de la propia patria.
Para los que están en la pampa o en la estepa, para los que me escuchan en el litoral, para los que laboran en la precordillera, para la simple dueña de casa, para el catedrático universitario, para el joven estudiante, el pequeño comerciante o industrial, para el hombre y la mujer de Chile, para el joven de la tierra nuestra, para todos ellos, el compromiso que yo contraigo ante mi conciencia y ante el pueblo -actor fundamental de esta victoria- es ser auténticamente leal en la gran tarea común y colectiva. Lo he dicho: mi único anhelo es ser para ustedes el compañero presidente.
Han sido el hombre anónimo y la ignorada mujer de Chile los que han hecho posible este hecho social trascendental. Miles y miles de chilenos sembraron su dolor y su esperanza en esta hora que al pueblo pertenece. Y desde otras fronteras, desde otros países, se mira con satisfacción profunda la victoria alcanzada. Chile abre un camino que otros pueblos de América y del mundo podrán seguir. La fuerza vital de la unidad romperá los diques de las dictaduras y abrirá el cauce para que los pueblos puedan ser libres y puedan construir su propio destino.
Somos lo suficientemente responsables para comprender que cada país y cada nación tiene sus propios problemas, su propia historia y su propia realidad. Y frente a esa realidad serán los dirigentes políticos de esos pueblos los que adecuarán la táctica que deberá adoptarse. Nosotros sólo queremos tener las mejores relaciones políticas, culturales, económicas, con todos los países del mundo. Sólo pedimos que respeten -tendrá que ser así- el derecho del pueblo de Chile a haberse dado el gobierno de la Unidad Popular.
Somos y seremos respetuosos de la autodeterminación y de la no intervención. Ello no significará acallar nuestra adhesión solidaria con los pueblos que luchan por su independencia económica y por dignificar la vida del hombre en los distintos continentes.
Sólo quiero señalar ante la historia el hecho trascendental que ustedes han realizado, derrotando la soberbia del dinero, la presión y amenaza; la información deformada, la campaña del terror, de la insidia y la maldad. Cuando un pueblo ha sido capaz de esto, será capaz también de comprender que sólo trabajando más y produciendo más podremos hacer que Chile progrese y que el hombre y la mujer de nuestra tierra, la pareja humana, tengan derecho auténtico al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, al descanso, a la cultura y a la recreación.
Pondremos toda la fuerza creadora del pueblo en tensión, para hacer posible estas metas humanas que se ha trazado el programa de la Unidad Popular.
Juntos, con el esfuerzo de ustedes, vamos a realizar los cambios que Chile reclama y necesita. Vamos a hacer un gobierno revolucionario.
La revolución no implica destruir, sino construir; no implica arrasar, sino edificar; y el pueblo de Chile está preparado para esa gran tarea en esta hora trascendente de nuestra vida.
Compañeras y compañeros, amigas y amigos:
¡Cómo hubiera deseado que los medios materiales de comunicación me hubieran permitido hablar más largamente con ustedes, y que cada uno hubiera oído mis palabras, húmedas de emoción, pero al mismo tiempo firmes en la convicción de la gran responsabilidad que todos tenemos y que yo asumo plenamente!
Yo les pido que esta manifestación sin precedentes se convierta en la demostración de la conciencia de un pueblo.
Ustedes se retirarán a sus casas sin que haya el menor asomo de una provocación y sin dejarse provocar.
El pueblo sabe que sus problemas no se solucionan rompiendo vidrios o golpeando un automóvil.
Y aquellos que dijeron que el día de mañana los disturbios iban a caracterizar nuestra victoria, se encontrarán con la conciencia y la responsabilidad de ustedes. Irán a su trabajo mañana o el lunes, alegres y cantando, cantando la victoria tan legítimamente alcanzada y cantando al futuro. Con las manos callosas del pueblo consciente y disciplinado podrá realizar.
América Latina y más allá de la frontera de nuestro pueblo, miran el mañana nuestro. Yo tengo plena fe en que seremos lo suficientemente fuertes, lo suficientemente serenos y fuertes, para abrir el camino venturoso hacia una vida distinta y mejor; para empezar a caminar por las esperanzadas alamedas del socialismo, que el pueblo de Chile con sus propias manos va a construir.
Reitero mi reconocimiento agradecido a los militantes de la Unidad Popular; a los Partido Radical, Comunista, Socialista, Social Demócrata, MAPU y API; y a los miles de independientes de izquierda que estuvieron con nosotros.
Expreso mi afecto y también mi reconocimiento agradecido a los compañeros dirigentes de esos partidos, que por sobre las fronteras de sus propias colectividades hicieron posible la fortaleza de esta unidad que el pueblo hizo suya. Y porque el pueblo la hizo suya ha sido posible la victoria, que es la victoria del pueblo.
El hecho de que estemos esperanzados y felices no significa que vayamos nosotros a descuidar a vigilancia. El pueblo, este fin de semana, tomará por el talle a la patria y bailaremos desde Arica a Magallanes, y desde la cordillera al mar, una gran cueca, como símbolo de la alegría sana de nuestra victoria.
Pero al mismo tiempo, mantendremos nuestros comités de acción popular, en actitud vigilante, en actitud responsable, para estar dispuestos a responder a un llamado si es necesario que haga el comando de la Unidad Popular. Llamado para que los comités de empresas, de fábricas, de hospitales, en las juntas de vecinos y en los barrios y en las poblaciones proletarias vayan estudiando los problemas y las soluciones; porque presurosamente tendremos que poner en marcha el país. Yo tengo fe, profunda fe, en la honradez, en la conducta heroica de cada hombre y cada mujer que hizo posible esta victoria.
Vamos a trabajar más.
Vamos a producir más.
Pero trabajaremos más para la familia chilena, para el pueblo y para Chile, con orgullo de chilenos y con la convicción de que estamos realizando una grande y maravillosa tarea histórica.
¡Cómo siento en lo íntimo de mi fibra de hombre, cómo siento en las profundidades humanas de mi condición de luchador, lo que cada uno de ustedes me entrega! Esto que hoy germina es una larga jornada. Yo sólo tomé en mis manos la antorcha que encendieron los que antes que nosotros lucharon junto al pueblo y por el pueblo.
Este triunfo debemos dárselo en homenaje a los que cayeron en las luchas sociales y regaron con su sangre la fértil semilla de la revolución chilena que vamos a realizar.
Quiero antes de terminar, y es honesto hacerlo así, reconocer que el gobierno entregó las cifras y los datos de acuerdo con los resultados electorales.
Quiero reconocer que el jefe de plaza, general Camilo Valenzuela, autorizó este acto, acto multitudinario, en la convicción y la certeza que yo le diera de que el pueblo se congregaría, como está aquí, en actitud responsable, sabiendo que ha conquistado el derecho a ser respetado; respetado en su vida y respetado en su victoria; el pueblo que sabe que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre de este año.
Quiero destacar que nuestros adversarios de la Democracia Cristiana han reconocido en una declaración la victoria popular.
No le vamos a pedir a la derecha que lo haga. No lo necesitamos. No tenemos ningún ánimo pequeño en contra de ella. Pero ella no será capaz jamás de reconocer la grandeza que tiene el pueblo en sus luchas, nacida de su dolor y de su esperanza.
Nunca, como ahora, sentí el calor humano; y nunca, como ahora, la Canción Nacional tuvo para ustedes y para mí tanto y profundo significado. En nuestros discursos lo dijimos: somos los herederos legítimos de los padres de la patria, y juntos haremos la segunda independencia: la independencia económica de Chile.
Ciudadanas y ciudadanos de Santiago, trabajadores de la patria: ustedes y sólo ustedes son los triunfadores. Los partidos populares y las fuerzas sociales han dado esta gran lección, que se proyecta más allá, reitero, de nuestras fronteras materiales.
Les pido que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada y que esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile y cada vez más justa la vida en nuestra patria.
Gracias, gracias, compañeras. Gracias, gracias, compañeros. Ya lo dije un día. Lo mejor que tengo me lo dio mi partido, la unidad de los trabajadores y la Unidad Popular.

A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo; con la lealtad del Compañero Presidente.